Central Park, con sus 341 hectáreas, es un pulmón verde que divide el frenesí de Nueva York y se erige como un refugio de naturaleza en medio de la «selva de concreto». Diseñado en el siglo XIX, no solo ofrece paisajes y áreas recreativas, sino que también actúa como un punto crucial para la conservación ambiental y la vida urbana equilibrada en una de las ciudades más densamente pobladas del mundo. Su delimitación resalta el contraste entre el dinamismo urbano y la serenidad natural que coexisten en Manhattan.
En sus senderos, lagos y praderas, se combinan paisajes cuidadosamente diseñados con áreas de conservación ambiental que albergan una rica biodiversidad. Es el hogar de más de 200 especies de aves y un lugar clave para la educación ambiental y el esparcimiento, atrayendo a millones de visitantes anuales que buscan una pausa del bullicio citadino.